MI DESPERTADOR 2


Cada mañana era el primero en levantarse. No se dejaba ver, pero se escuchaba su deambular inquieto por la casa, su cacharreo en la cocina preparándose un Necafé o recogiendo los platos que habían quedado sucios de la cena. Luego, desayunaba frente a la ventana mirando los coches pasar, con el transistor pegado a la oreja para no molestar a nadie, aunque ésa fuera ya una tarea imposible.

 Era mi despertador diario, la mecha que prendía en mí las ganas de levantarme temprano, con la intriga de no saber qué me depararía el día que comenzaba, y la emoción de que quizás fuese a ser distinto del anterior.

Adoraba a mi madre. Consideraba que las tareas del hogar, realizadas en su mayor parte por ella, eran importantes para el bienestar de la familia entera, pero podían ser alienantes si no se compensaban de alguna manera. He aquí la verdadera razón de que comiéramos fuera de casa cada fin de semana, para que también fuese un periodo de descanso para ella. Por la misma razón, el verano era una época sagrada para la familia. ¡Vacaciones de verdad! Un mes entero en una playa del sur o del levante, en hotelitos o apartamentos, según conviniese a la economía familiar del momento. Sol, calor, arena, siesta a regañadientes y Nivea a tutiplén.

A nosotros, sus hijos, nos llamaba con nombres imaginarios, Maniajo y Piquitano. Hablábamos con él un lenguaje inventado y cada noche caíamos rendidos de risa cuando, ya acostados, nos comía el “morrosquillo”, que según nos explicaba, era el nombre científico del ombligo.

Un día nuestro padre murió. Nos quedamos sin aire. Dejamos de comprender el mundo porque éste siempre nos había llegado a través de sus ojos. Deambulábamos perdidos por la casa. Nuestra madre colgó por todas partes fotos suyas: papá nadando en la piscina Stela, papá pescando en la Punta de San Felipe, o al volante de su primer coche, siempre joven. De esta manera recuperamos su presencia en todas las habitaciones de la casa, pero era una presencia silenciosa, sin ruido, sin voz. Tuvimos que comprarnos un despertador.

Nos hicimos adultos, nos casamos y nos fuimos de casa. Nuestra madre se adaptó a su manera. La visitaba con frecuencia y un día escuché un murmullo extraño en la casa: había colocado en todas las habitaciones una radio o un pequeño televisor que permanecían encendidos todo el día. También vi cómo aquellas evocadoras fotografías, ya amarillentas y caídas al suelo, eran devoradas por un aspirador.

Yo sí me acostumbré al silencio, ya que, antes de dejarnos, mi padre instaló dentro de mí un pequeño despertador que me avisa cada día de las cosas buenas que merecen la pena. Cuando pienso en ellas, en las cosas buenas, la alegría me inunda y siento como si el corazón fuera a salírseme por la garganta. Esa fue mi única y magnifica herencia, la pasión y amor por la vida.                                                                                                                       LAGAL 2018


2 ideas sobre “MI DESPERTADOR

  • Isabel Egido

    Impresionante narración. Sencilla, contundente, emotiva en su estado puro, sin ñoñerias, sin perifollos. Como todas las cosas buenas de verdad, se termina muy pronto, me gustaría seguir leyendo….pero alguien me dijo hace poco, que todo se termina…..Me ha encantado.

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